Soy una mujer de talla grande que se puso un bikini para ir a la playa y esto es lo que pasó

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Este artículo fue originalmente escrito por Marie Southard para Bustle. 
Como mujer grande, hay varias verdades que han sido enraizadas en mi psiquis desde el día en que el contorno visible de mi panza se hizo imposible de ocultar. Entre ellas, el “hecho” de que las mujeres gordas no merecen utilizar vestidos ajustados o ropa interior sexy. Es más, su único objetivo cuando se trata de moda debería ser hacer todo lo posible para no verse gorda. Estoy hablando sobre cultivadas adicciones hacia los vestidos negros, usar solo camisas sueltas y pantalones de cintura alta y evitar cualquier cosa atrevida, reveladora o remotamente interesante. Las reglas de la moda de tallas grandes indica que solo pueden comprarse estampados de un único color y cosas holgadas. Y nosotras debemos agradecer estas prendas, pues nos estilizan y nos hacen ver más atractivas (o mejor aún, menos repulsivas) ante aquellos que nos rodean.
Que la fobia a la gordura existe no es ningún secreto, pero que existen también los que piensan positivamente en el cuerpo, las feministas, el poder femenino, no es ningún secreto tampoco. Para cada persona que es lo suficientemente cruel –lo suficientemente ignorante- de creer que no eres digna de amar o no eres atractiva o menos humana por tu figura, habrá por lo menos una persona para combatir esa mentalidad. O, por lo menos, eso es lo que me gustaría pensar.
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Algunos meses atrás, me encontré con el artículo, “I Wore a Bikini and Nothing Happened” (“Me puse un bikini y no pasó nada”) de la escritora y bloguera Jenny Trout. En el, ella describía su decisión de ponerse un bikini para ir a la playa siendo una mujer de talla grande, y las reacciones resultantes de la gente alrededor (predominantemente negativas, acusatorias, y reacciones de falsa “preocupación”, y así). Pero cuando finalmente lo hace, nada sucede. Nadie se aleja horrorizado. Ningún niño llora. Y nadie le tira comida por la cabeza.
La cosa es que me sorprendí al leer que nada le había pasado a Trout cuando se puso las dos piezas y salió al mar. Y no pude evitar preguntarme si acaso la razón por la que nadie dijo o hizo nada fue por que el bikini que utilizó era de cintura alta. El movimiento fatkini (gordakini), conducido por mujeres inspiradora como Gabifresh y Tess Munster, es una hermosa, hermosa cosa que alienta a todas las mujeres a entender que todo cuerpo es un cuerpo apto para la playa. Pero, la mayoría del tiempo, cuando ves una fotografía de un fatkini, ves a una mujer en dos piezas que aún esconde su barriga. Aun que son hermosos y maravillosamente inspirados en el vintage, estos fatkinis a menudo ocultan las partes temblorosas del cuerpo. Entonces, ¿son realmente una prueba justa para medir la fobia hacia la obesidad de la gente?
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Nunca me he puesto un bikini de cintura baja, ni siquiera cuando estaba más delgada en secundaria o siendo niña. He temido cuán vulnerable me haría, al igual como he temido comprar lencería de talla grande, por la misma razón. Pero cuando visité Mallorca en España, la semana pasada por mis vacaciones de verano, decidí hacer algo diferente. Compré un bikini de talla grande y cintura baja (o “chunkini” como me gusta decirles) –uno que mostrara mi barriga, los senos de mi espalda, mi celulitis y estrías y este tipo de idiosincrasias supuestas. Y miré hacia Formentor, una de las playas con el mejor saldo de locales y turistas. Y caminé. Solo caminé, de aquí para allá en la playa, tratando de mostrar mi máxima seguridad y midiendo las reacciones de las personas en el camino. Me encontré con varios tipos de personas, con ambas reacciones positivas y negativas. Entre estas estaban:
a) La pareja joven
Había esperado que la mayoría de las reacciones negativas sobre mi cuerpo en un chunkini vendrían de gente cercana a mi edad y no estaba equivocada. Lo que fue algo choqueante, sin embargo, fue que grupos de veinteañeros o adolescentes no me vieron. Las personas jóvenes que pararon a mirar, apuntar y reírse fueron más bien pares de a dos como parte de una pareja. El incidente más obvio fue cuando un hombre joven me vio, abrió su boca visiblemente e intento ocultar su risa moviendo sutilmente su cabeza hacia su novia, susurrándole para que me mirara y continuando mirándome fijamente. Una vez que captó su atención, ni siquiera intentaron ocultar su episodio catatónico, y el definitivamente no intentó ocultar su risa. Pero lo que es más interesante sobre esto es que fue un presagio de las parejas que vendrían después. Tres parejas en total me miraron con burla, y en cada instancia, fue el hombre quien alertó a la mujer de mi presencia.
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No sé por qué estaba tan sorprendida. Supongo que por que el drama femenino no es nada extraño para mi, y cuando me molestaron siendo niña fueron principalmente otras niñas. En este caso, estoy casi segura de que las mujeres no me habrían visto si sus parejas no las hubieran forzado a mirar. Fue como si los hombres se sintieran tan ofendidos (especialmente el primero) debido a mis rollos y tambaleos que simplemente tenían que hacer que alguien se retorciera con asco a sus lados. Honestamente se sintió como si estos hombres tuvieran la opinión de que las mujeres (especialmente las mujeres en la playa) tuvieran que estar ahí solo por deleite de sus ojos, y si no era así, bueno…merecía que se rieran de ella.
b) La pareja de ancianos
Como contraste completo de los jóvenes y a veces antipáticas parejas estaban los de mediana edad y ancianos. A menudo recibí dulces sonrisas y miradas claramente amables de estas personas. Parecían estar pensando “Ah que no se ve linda”, o “Así se hace, chica”, pero, ¡obviamente esta es solo mi interpretación!
Fue bastante alentador recibir estas sonrisas acogedoras. Me dio la esperanza de que la gente superará su intolerancia.. aun que se que este no es siempre el caso. Me hizo preguntarme si acaso, a medida que envejecemos, comenzamos a aceptar más todo tipo de personas y a ordenar nuestras prioridades.
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Había, sin embargo, una excepción. Volviendo al auto, un hombre de mediana edad le dijo a sus hijos (quienes parecían alrededor de siete u ocho años de edad), “Mira la vaca burra”. Ambos términos a menudo son utilizados para describir ya sea a la gente gorda o ignorante en España. La parte más desconcertante de esto fue que parecía estarle enseñando a sus hijos a odiar a cualquier que fuera diferente –odiar a cualquiera que el considerará digno de ridiculizar. No me cabe duda de que la fobia a la gordura, junto con cualquier otra fobia dirigida hacia grupos de seres humanos, es a menudo un comportamiento aprendido. Pero verlo en acción me cogió absolutamente desprevenida, y fue, en algún sentido, la parte más devastadora del experimento.
c) Las amigas
 Dos veces durante el experimento, noté a grupos de amigas mirándome. El beneficio de ser latina y hablar español fluido, pero al mismo tiempo ser increíblemente blanca y pálida es que la mayoría de la gente hispánica o española asumirá que no puedo entenderles. Dos mujeres de Mallorca pararon a mirarme y oí a una de ellas murmurar, “mira la gorda”. Pero no sonaba grosera. Su tono de voz no era malicioso o juzgador. Era inquisitivo, sorprendido. Parecía genuinamente sorprendida de que alguien de mi tamaño pudiera ponerse un bikini en público, como si a ella, también, le hubieran dicho toda su vida que solo las mujeres que trabajan duro para mantenerse delgadas merecen utilizar este tipo de prendas. Y en realidad se sintió bastante bien. Solo espero que la hizo reevaluar estas reglas antiguadas, aburridas y no esenciales respecto a la mujer, el peso y la moda.
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d) El resto de las gorditas
Varias veces a lo largo de la tarde, vi mujeres de mi tamaño y más grandes en dos piezas. Algunos eran tankinis, otros de cintura alta. Pero la mayoría utilizaba bikinis de cintura baja muy parecidos al mío. Tengo que admitir que nunca he visto a tantas mujeres gordas usando bikinis de dos piezas en una playa pública. Quizá he pasado demasiado tiempo en las playas equivocadas. Pero un montón de veces cruzaríamos las miradas entre nosotras y sonreiríamos. La solidaridad entre las mujeres es una cosa poderosa, especialmente cuando son mujeres que simplemente sabes que pueden simpatizar con lo que te está pasando. No me cabe duda de que algunas de ellas recibieron miradas fijas y risas imbéciles del sexo opuesto, como me pasó a mi. Pero eso no las detuvo de disfrutarse a sí mismas, desde correr con sus barrigas afuera y nadar en el océano claro como cristal.
Mis conclusiones
Hubo cientos, si no miles de personas en el Formentor ese día. De estos miles, solo un puñado pareció notarme. Si no hubiera estado activamente buscándolos con mi pareja (quién mantuvo una distancia razonable para también observar a la gente observándome), quizás ni si quiera me hubiera dado cuenta. Y esto es una cosa bastante genial.
Las parejas jóvenes que me apuntaron y que se rieron fueron pocas y alejadas. Aún cuando estas instancias parecían alimentase por chicos jóvenes, sexistas y misóginos, sabemos que no vale la pena preocuparse por este tipo de personas. Algunas veces no puedo evitar agradecer a la grasa de mi cuerpo por proveerme con un detector para patanes. Si hubiera sido capaz de volver en el tiempo, la única persona que quizás habría confrontado hubiera sido al hombre enseñándole a sus hijos a odiar a la gente gorda. Con lo depresivo que es ver a los padres traspasando tales lecciones a sus hijos, me lleva a preguntarme: si nuestro odio hacia otros puede ser instruido, quizás puede ser igual de fácilmente des-aprendido.
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Otro comentario: Cuando estábamos preparándonos para irnos de la playa a mi pareja le dio frío. La única cosa que estaba disponible para que se pusiera era el vestido que me había puesto esa mañana. Siendo el tipo de chico que él es, no le importó ponérselo, priorizando el calor sobre la moda o roles de género. Mientras caminábamos hacia el estacionamiento, recibió más miradas, risas y horror visible que yo recibí en todo el día. Una mujer, mirándolo por segunda vez, lo observó tan intensamente y con tanto asco en su mirada que, por un momento, pensé que iba a vomitar. Esto no se suponía que fuera parte del experimento, pero sí me hizo recordar que mucha gente tiene peor suerte que nosotras las gorditas. Puede ser difícil recordar esto cuando estás siendo apuntada con el dedo o te están molestando o te dicen que eres inútil. No sé qué pensó la gente que Patrick estaba haciendo. Quizás lo etiquetaron como travesti o tránsgenero, y esto fue suficiente para desatar su interés y odio.
Quizás la gente teme lo desconocido. Quizás la gente teme lo que no pueden explicar. Pero al final de día, esto sugiere que no hay nada de malo con lucir o ser de cierta manera. Más bien, son nuestras percepciones y nuestras mentes cerradas hacia lo diferente, lo que necesita cambiar. Y por mientras, la única forma de normalizar lo “anormal” es acogerlo –ponerse el bikini si es que quieres, o vestirse como travesti si es lo que deseas. La gente necesita ser confrontada con sus temores para así cambiar sus visiones, pero esto no podría suceder si nosotros –los que somos diferentes de alguna forma –nos escondemos y hacemos invisibles.